jueves, 5 de agosto de 2010

Matinée

Cada tercer domingo mi tía Adela me llevaba siempre a la función de diez. Era su forma de premiarme según ella, y a la vez, una excusa para salir del claustro que era la casa de mi abuela. Pero al llegar a los doce años me dejó de interesar aquel rito. La verdad es que me daba vergüenza que me tocara pasar frente a mis amigos con ella de la mano. Todo se terminó cuando el maldito de Odría me escupió desde las butacas de la parte alta del cinema. Desde entonces me hice el indiferente ante la sospechosa tristeza de la pobre tía Adela encerrada con el rosario cada dos domingos de mes. 

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