viernes, 20 de agosto de 2010

Tatica Dios y la Consti

Tatica Dios estaba sentado en su sillita de meser viendo un ocaso eterno allá por el Paraíso, cuando va y oye quesque Dios pa´arriba y Dios pa´bajo, que si Dios aquí y si Dios allá.
Hey kerubín, vení acá, llamó Tatica Dios.
El Kerubín, que era un sácalas y un vivazo, se arrimó con cara de yo no fui, pues creyó que a Tatica Dios le había llegado el rumor de que andaba detrás de la Virgen del Socorro.
Estate tranquilo, que no es lo de la Virgen por lo que te llamo, le dijo Tatica al Kerubín, que al momento puso cara de alivio.
Mirá, quiero que vayás a la tierra y averigües que es esa cosa que se tienen allí abajo.
Ahhhh, ¿no sabe?
Todo lo sé, lo pasado, lo presente y lo futuro, pero me hago el tonto, dijo Tatica Dios con cara de pocos amigos.
Bueno, pues le cuento, dijo el Kerubín con tono ladino, que allá en un país chiquitico que se llama Costa Rica
¿Puerto Rico?
No Señor, Costa Rica
Sí, ya sabía.... bueno ¿qué?
Diay ¿no es que ya sabía?
Bueno, bueno, sin impertinencias.
Bueno que allá todos los políticos están hablando de usted
¿De mí?, dijo Tatica Dios levantando una ceja.
Pues sí
¿Y eso?
Pues que hay un grupo de diputados que quieren sacarlo a usted de la Constitución Política.
¡Ja ja ja ja ja!, se carcajeó Tatica Dios.
Que varas de mae, murmuró el Kerubín
¡Bueno ya!, gruño Tatica Dios, ya sabés que sé todo lo que es, lo que fue y lo que será, soy el que Soy, el principio y el fin y toda aquella hablada, bla bla, pero lo que me interesa es saber cómo se le ocurre a un grupo de diputadillos que van a sacarme a mí, a Dios, de algún lado, eso lo tengo que ver.
El kerubín entrecerró los ojos como diciendo, qué varas de mae, ¿no es que todo lo sabe?
Es porque me gusta hacerme el tonto, dijo Tatica Dios leyéndole la mente, ¿No ves que si no hay sorpresa la eternidad se vuelve un bostezo?
Ah, usted sí es brillante mi Señor
Bueno, bueno, sin sobanterías. Ya mismo bajo de aquí y voy a ver qué es esa vara de que me quieren sacar de un librillo de leyes.

Entonces el cielo se abrió, y Tatica Dios en persona empezó a bajar del cielo.

jueves, 5 de agosto de 2010

Playa, playita, mejor no

Con esa gente, mae, no, con esa gente yo no voy ni al parque, que lo invitaron a ir a la playa, mae, mejor diga que no. Que porque no, esperese y le cuento. Primero, ese mae rubén es un dolor, le agarra una habladera, y la familia es un dolor, que como es, pues algo así.
Un año entero. Me oíste, un año entero llevo planeando estas vacaciones, así que aunque estés enferma nos vamos para mal país, dijo Rubén con su tono inapelable de macho cabrío. Rita se quedó callada, hecha un mar de mocos sobre la cama, con una venda en los ojos hinchados por la conjuntivitis. Ya le había dicho No Rubén, mi amor, así no puedo salir, pero él que no, que era una desconsideración de su parte enfermarse justo cuando se iban de vacaciones a mal país. Y por más que Rita le lloró, a las cuatro de la mañana se vio jalando maletas para el carro,  regañando a los dos chiquillos porque no se apuraban, y ese frío, y esa congoja, y la nariz trancada y los ojos de rita pegados de lagañas, ya se lo decía su madre que aquél hombre era un cabrón. El viaje no fue mejor. El aire acondicionado malo, y la radio sin cd se le iba la señal en Cambronero, porque otra vez volvieron a cerrar la carretera de Caldera, que ha pasado más caída que abierta. Y esto que enoja a Rubén que es el mismo diablo. El día asoleado no le hacía la menor gracia a Rita que empezó a sudar su fiebre como una bendita, y qué estaré pagando, Rubén que me siento mal, pero Rubén ya le había pegado una vez, y Rita no se quería arriesgar a que otra vez le dieran sopa de muñeca, así que mijita, calladita más bonita. Por fin llegaron a las siete al puerto del ferry para Paquera, y el ferry? Ya se fue señor, salía a las siete, pero no ve güevón que son las siete en punto, son las siete y cincio señor, y el ferry que hace brrrrummmmm allá alo lejos, y Rubén que coma mierda, piensa Rita, pero no lo dice. Qué calor mami. Ya Maurencita cállese, que vamos a ver donde nos tomamos un fresco, pero no les trajiste fresco a estos guilas, Sí Rubén, pero está caliente, hay que comprar hielo, y para eso, mejor un juguito de naranja, no te parece, y él, qué renta con esta gente, pero no importa, vamos para comprarles un jugo, y no es cuento, que Rubén les compra un jugo, pero para los tres, Maurencita, Carlitos y Rita compartiendo el mismo tetrabrick adentro del hyundai a la espera del ferry de Paquera. Por fin, ya no se aguantan más los chiquillos, y la buena madre que rebusca entre los chunches el juguito de mora para los guilas, pero para esa hora, el jugo ya no es jugo, es chicha, y mami, esto sabe a guaro, no mi amor, es que así es el fresco, y el chiquillo con más sed que asco se lo toma. Y Rubén ves el ejemplo que le das a los chiquillos, dice Carlitos que el fresco le sabe a guaro. Vos sabrás, yo no les doy mal ejemplo, dice Rubén con una Imperial en la mano. A la larga, dieron las nueve, y que llega el ferry, ahora sí, todos para dentro. Qué calor, otra vez, poneles crema a los chiquillos que se van a quemar, y en diez minutos los chiquillos parecían camarones a la mantequilla. Pero mejor así que ardidos, y Rubén jugando de sabroso tomando whisky en el bar del ferry. Y al rato sube a cubierta, con los cachetes rojos y pla!, nalgadita para Rita, la más bonita de barrio, ves mi amor que todo iba a salir bien, y Rita con sus anteojos plásticos para sol de a dos mil pesos en el semáforo de la Pozuelo año y medio atrás, con los ojos llenos hechos un par de hígados, pero mihijta, calladita más bonita.
Mami, vea a Carlos, me está molestando, ya Carlitos dje a su hermana quedita, y Rubén que defiende a su retoño, dejalos mujer no ves que están jugando, y ese aliento de Rubén listo para reventar cualquier alcolímetro, y no son las diez, y luego el caos al llegar a Paquera, porque la salida de los carros del ferry es un dolor de cabeza, pero salen y que empiezan a volar rueda por las callejas de polvo hasta mal país. Y llegaron.
Mal país los recibió con los brazos abiertos, una docena de gringos tostados de sol y mariguana, y Carlitos, no vea a esas viejas cochinas, y las francesas en toples enseñando unas tetas chiquitillas como chapas de cocacola, y Carlitos, papi porqué andan sin ropa, y rubén haciéndose el que no ve pero con los ojos torcidos de tanto ver, no es nada mi amor es que tienen calor, y carlitos, y mi mamá no tiene calor, ah guevón es que esas son unas viejas cochinas, pero usted todavía no las vea, y Carlitos que se caga de la risa y papito, usted si que las ve, y Maurencita tirada en la arena más roja que camiseta de la liga, y Rita tratando de prender un fuego para asar el salchichón, y maldita la hora, son las 2 de la tarde, y se parte del hambre, pero así es la vida, y Rubén que empieza a hablar con un canadiense que alquila tablas de surf, Mi amor, venga coma, pero Rubén no oye razones, él tiene un año de estar planeando estas vacaciones y quiere surfear, si mi amor, pero mejor te esperás a que se te baje un poquito, no te parece, a que vieja más metida usted no sabe de esto, no ve que yo sé nada como los beiwach y ella, sí mi amor, pero mejor comamos, y los chiquillos, papi sí mejor comamos, y Carlitos, papi, en la escuela me dijeron que si uno ha comido no se puede meter al mar, pero yo no he comido mi amor, no se preocupe, no le haga caso a su mamá, y Maurencita que le dice pero papito usted no está tomado, tomado yo? Chiquilla malcriada, ayúdele a su mama, por eso nunca va a encontrar novio y se va a quedar solterona como tía Adriana, y Maurencita que ya tiene once años siente que la vida se le cayó encima y empieza a llorar, ay mi amor qué me le pasa, que papi no me quiere y dice que soy fea, y Rubén oh familia más anormal, puta, yo que me parto por ustedes, y le entra la tristeza del borracho y que se va y agarra una tabla del canadiense y se tira al mar, y el canadiense detrás de Rubén Hey man, stop, stop please, you cant swim now, y Ruben que le grita mientras chapotea como idiota sanababcih, suélteme, y Rita que se enoja y agarra los chunches y bota la parrilla y se quema con el carbón y ya  ahora sí que no aguanta más, y mejor nos vamos, aunque sea en bus, y Ruben quesale del agua cob la pantaloneta con las rodillas, ahí me di cuenta de que la tiene chiquitilla, tan rajón que es, y que sale y se da con la tabla por la nariz, y la nariz que le sangra y deja la tabla tirada y todo es un mierdero, la mujer llorando los chuiquillos llorando y yo chuparme la manejada de regreso para agarrar el ferry de las seis porque se echó a perder el viaje y por eso y muchas cosas más que no cuento, yo que usted mejor no voy a la playa con esa gente. Ahora sí, me entiende?

Una buena razón para no ver al cielo en San José

El reloj de la avenida central marcó las cinco de la tarde. En el café del bulevar, Matías miraba con insistencia a la camarera a la espera de que se apiadara de él y le trajera la cuenta. Tenía media hora de esperarla y ella no había llegado. No hay nada más evidente que un idiota plantado, se dijo. Y cruzó los dedos para que la mujer que le traía la cuenta de sus dos cocomalt no se lo hiciera notar demasiado. No me maltrates querida, pensó. Una bandada de palomas se elevó desde la plaza de la cultura y se aparcó con espléndida sincronización en los aleros del teatro nacional, dejando tras de sí su consabida cuota de cagadas sobre los transeúntes. A quién le importa, pensó Matías, después de todo, ni me gustaba demasiado. La había conocido una semana atrás a la entrada del cine Variedades. Ella había ido a buscar a su sobrina, o algo por el estilo, y estaba a las afueras del cine esperando que saliera la función. El había llegado a recoger a su hija Carlota, pues ese día tenía derecho a verla, pero su ex mujer le había dicho, Por favor Matías, dejáme ir a ver la película con Carlota, mirá que hace días me estaba pidiendo que la trajera a ver el especial de la Sirenita en Navidad, y la verdad es que no quiero desilusionar a la niña, y él para no tener más problemas con su ex amada, dijo que sí, que llegaba a recoger a la niña a la salida del cine. Y ya tenía media hora de estar ahí porque se equivocó y llegó más temprano de la cuenta, y entonces que mira para el cielo y le pide a Dios que por favor le ayude en su vida que está más enredada que yoyo de tonto, y entonces que vuelve a ver a la muchacha guapa de colochos y de pronto ella dice: Qué calor, verdad, le dijo la mujer del vestido rojo algo acongojada por estar, como él, haciendo tiempo a las afueras del cine, y él sorprendido, que sí, que qué calor, y para sus adentros, qué guapa, y qué mandada, como me habló sin conocerme. Y de la boca para afuera.
Sí, qué calor, verdad, y ella, sí, y sus ojos que eran café, o verdes?, ya no me acuerdo, y entonces, dijo ella, va para la próxima función, y el que no, que esperaba a su hija Carlota, y sin saber porqué, se abrió como una mujer agredida, a contar sus desgracias sobre su matrimonio fracasado con esta perfecta desconocida, y ella resultó ser una buena oyente, y le tuvo paciencia, y al final, de dónde es, y ella de aquí, de Moravia, y él mirá que casualidad yo soy de Coronado,  y usted en qué trabaja, Ah, yo hago análisis de crédito para el Banco de San José, y ella, uy, si somos vecinos, yo trabajo en el banco popular, aquí no más, detrás de la catedral. Y él que bueno, tal vez un día podamos tomarnos un café, y ella que sí, que claro, y cuál es su correo, y entonces se lo dio, y después saluditos por correo, y antes que terminara la semana ya se estaban hablando por chat y mandándose mensajitos de esos cursis, y presentaciones de power point con mensajes de Pablo Coehlo. Y ella que qué lindo, si usted es todo un poeta, y él, no es para tanto, pero sí escribo algo de vez en cuando, de verdad, a mí me encanta la poesía, y luego un helado en la macdonalds el viernes, claro, y para el lunes, bueno, tal vez un cocomalt a la salida del trabajo, en el café del bulevar. Y ese café era hoy, pero ya son las cinco de la tarde, y no llegó.
La camarera trajo la cuenta. Diablos, dos cocomalt para un tipo plantado por cuatro mil pesos, qué atraco. Y salir a la calle, y toparse a los compañeros de la oficina. Y ya hace frío y yo sin suéter, se dijo Matías, un frente frío había dicho el mentirológico, pero él no le había creído y ahora estaba por llover y aquí plantado en el centro de San José, me lleva el diablo, le creí a la que no le tenía que creer, y al que le tenía que creer no le creí, y por eso ahora me lleva el diablo, me voy a mojar. Que diantres, y qué rabia con las parejas felices, que se las lleve el diablo. Indiferentes los maniquíes de las tiendas le hacen muecas burlonas por allá, por el antiguo cine Rex, y el puto macdonalds con sus helados de quinientos pesos. Todo para irme solo y mojándome aquí, en el puro centro de San José, y a la vuelta de la esquina que me topo a la susodicha que me dejó plantado, con un tipo tres veces mejor vestido que yo y una y media vez más guapo. Tan lindo San José, y ella que me ve y que se cruza de acera la desgraciada. Y yo que vuelvo la vista al cielo pidiendo clemencia, pero solo veo estas putas palomas volando porque ya va a llover, y es, o me parece, pero ahí viene una cuita.
A veces no es bueno mirar tanto para el cielo.

La puerta

Caía la lluvia sobre la ciudad. El frío le calaba los huesos. Tenía nueve años, un diente roto, una cicatriz en el brazo, pero no tenía memoria. La puerta de madera del orfanato se abrió con un rechinar de bisagras viejas. Una gotera lejana hacía ecos por los pasillos fríos y lánguidos, mientras sus pasos retumbaban aquí y allá. La luz de la tarde ya menguaba y caminaba con cara de miedo detrás de la institutriz. Las sombras de los santos de yeso se proyectaban amenazantes sobre el corredor. Las paredes descascaradas por el tiempo y la humedad parecían dibujar figuras fantasmales en sus costados. Luka miraba hacia todos lados y a ninguno, con los ojos de la primera vez. Todo era mucho más grande de lo que se había imaginado. Dos chiquillos lo miraron desde el umbral de una habitación y corrieron a esconderse al percatarse que la mirada de la institutriz se dirigía a ellos.
-Las reglas son muy simples. A las cinco de la mañana todos deben estar bañados para ir a misa. Después es la hora del desayuno y luego deben ir a la clase con el padre Antonio, le dijo con voz severa.
Un hombre ataviado con sotana negra se acercó con paso decidido.
-Así que usted es nuestro amigo Luka, dijo el extraño con una sonrisa ladeada que le otorgaba un aspecto de severidad.
Luka asintió en silencio.
-Espero que nos podamos llevar bien. Dios te ha traído aquí para que ya no seas una oveja descarriada.
El Hombre le sacudió la melena y los dejó seguir adelante. Esta es tu habitación, dijo la institutriz al dejar a Luka a la entrada de una gran habitación con una docena de catres alineados en dos filas de seis. Al lado de cada cama había una especie de estantes para que los niños pusieran allí sus efectos personales.  Luka se preguntó donde estarían los demás. La institutriz pareció advertir la duda en el gesto del pequeño.
Los demás niños están en la hora de la cena. Lamento que te hayan traído tan tarde. Por ahora puedes acomodarte y luego te llevaré a la cocina para que te den algo de comer. No queremos que ninguno de nuestros niños pase hambre, le dijo. Luka asintió en silencio. La mujer se dio la vuelta y lo dejó solo, cerrando la enorme puerta tras de sí. El sonido retumbó en la habitación, apenas iluminada por una lámpara de canfín que emitía una claridad menguada que producía un efecto poco tranquilizador. Por la ventana se asomaba la sombra de un gran árbol cuyas ramas amenazantes golpeaban las enormes vidrieras. Luka sintió un vacío en su estómago. Acomodó sus cosas tratando de no prestar atención a las sombras, pero era imposible no escuchar el siseo del viento que se colaba por las rendijas. Un grito rayó el silencio, y a la izquierda del salón vio una sombra. Levantó la vista en busca del objeto que proyectaba aquella figura en la pared, pero no encontró nada. Armándose de valor, se acercó a la pared, un paso a la vez. Sintió el golpeteo propio del miedo en su pecho, pero no tenía a quien llamar, ni tenía adónde ir. Nada. No había nada. Se acercó a la pared y poco a poco notó que las líneas que antes le parecían una sombra eran en realidad una especie de dibujo en la descascarada pared. El dibujo de una puerta sobre la pared. Se acercó y fue entonces cuando escuchó las voces, eran unas voces lastimeras, suaves susurros de voces infantiles que provenían de la pared. Empujado por su curiosidad y por su propio miedo, acercó su oreja a la pared para escuchar. Entonces los oyó con claridad. Aléjate, Aléjate, no vengas, pero al mismo tiempo le parecía que lo llamaban a acercarse más, cada vez más, Era imposible ignorarlo, hasta que estuvo tan cerca que pudo oler los sonidos al otro lado. Y fue entonces que desde la pared, la puerta se abrió.

Cuatro segundos

El reloj marcaba la 1:07 de la madrugada. El hombre no llegó a escuchar el disparo. Ni cuenta se dio. La bala entró por su espalda, a la altura del pulmón derecho. Primero, como es natural, rompió la camisa con solo tocarla. Penetró la dermis, la epidermis y el tejido adiposo. Luego avanzó. Por el tejido muscular, rompiendo tendones y ligamentos, provocando un pequeño sangrado inmediato. Luego atravesó el pulmón, esa esponja que recoge y filtra aire, y entonces sintió el vacío de su cuerpo llenarse con sus propios líquidos, de inmediato lo anegó esa sensación de ahogo, la bala siguió su curso, la herida no tenía un diámetro mayor a los cuatro milímetros. El hueco se hizo más y más profundo, y la bala se hizo campo a través de la cavidad torácica, hasta romper la tercera costilla, astillándola, el sonido imperceptible fue el mismo que hace un lápiz al ser quebrado. La bala seguía avanzando, haciéndose campo ignorando los daños, sin conciencia, hasta atravesar de nuevo el tejido muscular, y salir por el pecho, romper del lado del frente. El hombre cayó de rodillas sin saber aún qué le había pasado, mientras la sangre empezaba a teñirlo por dentro y por fuera. La bala siguió su curso, hasta perderse en lo profundo de la noche. Y caer exhausta doscientos metros más allá, luego de chocar ya sin fuerza y sin impulso contra una pared de concreto, para entonces el hombre se ahogaba sin remedio en su propia sangre, con apenas la conciencia suficiente para saber que no habría un mañana. Habían pasado cuatro segundos. Todavía el reloj marcaba la 1:07 de la madrugada.

Noche de velas

Si es eso lo que querés escuchar, pues bien, es cierto. La noche en que conocí a mi suegro yo estaba resfriado como el que más. Hay quien dice que solo era un catarro. Pero fue suficiente para dejar la peor primera impresión que pudiera dejar a alguien. Pudo ser peor. Siempre puede ser peor. Como dije, estaba acatarrado, estoy seguro que con fiebre, pero aún así llegué a la cena en casa de mi novia Nené a la hora convenida. Siete en punto, me había dicho ella, con su tonito de reclamo previo y para evitar el reclamo posterior, procuré estar allí, a la entrada de su casa en Barrio Luján, bien planchado y oliendo a agua de colonia cinco minutos antes de las siete. Al tocar la puerta mis nervios se mezclaron con el catarro, y fue irremediable que me sudara la mano cuando conocí a mi suegro. 

Más adelante, traté de disimular toda la noche mi estado, pero a la hora de servir los platos, para mi desgracia, mi suegra puso en frente de mí aquella crema de cebollas que me puso a sudar como un maldito, y justo cuando iba por la mitad del plato, no pude reprimir aquél estruendoso estornudo que provocó el caos en la mesa. Mis tristes mocos fueron a dar al plato, y del plato salpicaron a todos los comensales en una mezcla perfecta de crema de cebollas, espesos como el resto de mi nariz. Mi suegro nunca me volvió a hablar.

Matinée

Cada tercer domingo mi tía Adela me llevaba siempre a la función de diez. Era su forma de premiarme según ella, y a la vez, una excusa para salir del claustro que era la casa de mi abuela. Pero al llegar a los doce años me dejó de interesar aquel rito. La verdad es que me daba vergüenza que me tocara pasar frente a mis amigos con ella de la mano. Todo se terminó cuando el maldito de Odría me escupió desde las butacas de la parte alta del cinema. Desde entonces me hice el indiferente ante la sospechosa tristeza de la pobre tía Adela encerrada con el rosario cada dos domingos de mes.